Hace 20 años en la comunidad de Lomas Taurinas, Tijuana, se cometió hecho que, podría decirse, marcó y definió el rumbo de México hasta nuestros días.
Por primera vez en la historia el candidato del Partido Oficial era asesinado a mitad de su campaña en medio de una serie de irresponsabilidades que terminaron manchando de sangre la Administración del entonces Presidente Carlos Salinas de Gortari, y encumbrando en mártir al candidato abatido, Luis Donaldo Colosio Murrieta.
Instantes después del asesinato, cometido en medio de un mitin, los simpatizantes del candidato capturaron al asesino material un joven ideario proveniente de una familia problemática identificado como Mario Aburto Martínez quien hasta hoy, y luego de tres investigaciones especiales, es el único responsable de los hechos del 23 de marzo.
Sin embargo, desde que la noticia de la muerte se confirmó en la voz de Liébano Sáenz, vocero de la campaña del PRI, la ciudadanía en general, afligida y dolida en lo más personal de su ser, desconoció a Aburto como responsable y comenzaron a circular teorías sobre quién pudo estar tras el asesinato del candidato.

Colosio venía en una campaña gris, de altibajos, descobijado del apoyo presidencial y apocado por acontecimientos ocurridos aquel 1994, principalmente por el levantamiento guerrillero en Chiapas y la designación de su principal rival político al interior del PRI, Manuel Camacho, como delegado para la Paz en Chiapas en representación directa del Presidente Salinas, lo que a la opinión pública se mostraba como un claro “candidato emergente” por si las cosas no salían bien.
Además de esto el viejo PRI estaba resentido con el Salinismo por ir dejando fuera del escenario político a diversos personajes, agregando que veían en Colosio el medio para que Salinas se perdurara en el poder.
Desde aquel marzo de 1994 han aparecido un montón de nombres de posibles autores intelectuales, todos con un “motivo aparente” y a la vez desestimados judicialmente.
Manuel Camacho, el antiguo sistema priísta, el EZLN, el narcotráfico, Ernesto Zedillo (por ser el beneficiario directo de la muerte de Colosio), los partidos de oposición, el Dr. José María Córdoba, Raúl Salinas de Gortari, e incluso, Carlos Salinas de Gortari, otrora Presidente de México.
Fue justamente en este último en quien recayó el odio popular, la venganza colectiva, y el reclamo histórico por la muerte de Colosio.
Aquí es donde entran mis dudas, y el porqué yo sigo creyendo que Salinas no mató a Colosio, sino que lejos de ser el responsable, Salinas de Gortari fue el principal perjudicado de aquél asesinato.
El 6 de marzo de 1994, en el marco del 65 aniversario de la fundación del PRI, el Candidato Colosio se presentaba ante la plana mayor del priísmo para pronunciar el gran e histórico discurso “El México que veo” en el que rompía totalmente del gobierno de Salinas, deslindándose y presentando su propio proyecto.
La gente, los menos enterados pues, vieron en esto una pelea a muerte entre Colosio y Salinas, una ruptura, una venganza, lo que sirvió de apoyo a la teoría del asesinato planeado por Salinas.
Sin embargo, ese discurso y la “ruptura” que en él se sugería, no era sino otro de los actos planeados en la campaña del PRI.
Dentro del sistema de sucesión que tenía el PRI, todos los candidatos, en su momento, tenían que “romper” con el gobierno en curso aún y cuando era el Presidente en funciones quien designaba al candidato, esto para darle la idea a la población que el cambio en el gobierno vendría desde dentro del mismo Partido Oficial.

Eso hizo Colosio aquel 6 de marzo en la Plaza de la Revolución, leyó un discurso, sí elaborado por él, pero antes aprobado por Salinas, quien lo ha manifestado así en diversas entrevistas.
Salinas no mandó matar a Colosio, no le convenía que lo mataran, no le convino, como la historia nos lo comprobó. Salinas había invertido 4 años de su gobierno en fortalecer a Colosio; lo puso en puestos claves tanto en el PRI como en el Gobierno.
Lo llevó a recorrer el país, lo instruyó y educó para que cuando le tocara ser presidente, caminara por la misma línea política que él, para que fuera dócil y sumiso a sus decisiones, para que le obedeciera, en suma, para seguir gobernando México durante 6 años más en la persona del sonorense.
Debemos recordar que en aquel juego político previo a la elección del 94, Salinas traicionó a su hermano político, Camacho, por posicionar a su hijo político, Colosio; y esto hay que dejarlo en claro, era el delfín del Salinismo.
La pena de Salinas, en aquel momento, debemos entenderla real. A la muerte del candidato, Salinas tuvo que buscar un segundo abanderado para el PRI, pero sus gallos estaban imposibilitados, la mayoría porque la Constitución lo prohibía por ser funcionarios públicos en funciones, y el que podría, Camacho, se retiró públicamente de la carrera presidencial el 22 de marzo, efectivamente, 24 horas antes del asesinato en Tijuana.
Fue entonces que Salinas siguió los consejos de uno de sus principales asesores políticos, José María Córdoba, quien sugirió al Coordinador General de la campaña, Ernesto Zedillo para sustituir a Colosio y, a la postre, dirigir a la nación los próximos 6 años.
De sobra está decir que Zedillo, como reza el dicho popular, “salió más cabrón que bonito”, y es que llegó libre, sin ataduras, sin compromisos, y desconoció, desde que asumió el poder, a Salinas como líder, y al PRI como su partido.
Por eso no es coincidencia que apenas iniciado su mandado, haya mandado encarcelar a Raúl Salinas de Gortari, dejando claro, tal y como lo hizo Salinas en 89 con la detención de “La Quina”, que quien gobernaba, en papel y en la práctica, era él y no Carlos Salinas.
Por eso Salinas no mató a Colosio, no le convenía, no le convino. Su proyecto murió al instante que murió Colosio, sus aspiraciones de convertirse en “Jefe Máximo” fracasaron.
Su familia, su nombre, se mancharon para siempre. Se convirtió en el villano favorito del país, en el culpable de todos los males, y aún hoy, su nombre es sinónimo de asesino, fraude y devaluación.
Dice Enrique Krauze que, muchas veces, la respuesta más sencilla es la correcta. ¿Quién mató a Colosio?: Mario Aburto, confeso y condenado en una prisión federal.
La respuesta a la verdadera pregunta “¿quién MANDÓ matar a Colosio?” sigue en el dominio público esperando diversas interpretaciones.
Haga usted la suya.
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