Hace poco más de dos años, Jaime Rodríguez Calderón se presentó ante la ciudadanía de Nuevo León como candidato independiente, vendiendo su propio proyecto político como un salvador, con un discurso casi mesiánico en el que aseguraba que, por el simple hecho de ser candidato independiente, las cosas en el estado cambiarían.
Desde el momento en el que ganó, gracias a una campaña muy centrada en redes sociales, de inmediato se le vio como candidato presidencial rumbo al 2018. Acaban de cumplirse dos años de gobierno y yo no entiendo con qué carácter moral, con qué credibilidad, el Bronco se atreve a pedir, a pensar en ser Presidente de la República.
Y es que tras dos años de Gobierno, el Bronco no terminó el metro, no quitó la tenencia, no metió a Medina a la cárcel, no terminó con la deuda, no inició obras, ya no digamos faraónicas, caray, ni las básicas.
Yo no sé, insisto, en qué se basa el Bronco. Me queda claro que es una aspiración personal, y aunque legítima, me resulta inmoral. Con esta decisión el Bronco acaba con su principal activo político, el poderse vender como diferente al resto de los políticos, y es que con su chapulineo, Jaime Rodríguez es otro político más de la bola. Si en algún momento escondió su priísmo, ahora lo pone en evidencia absoluta. Es un Bronco chapulín.
En declaraciones recientes, el presidente del PRI en Nuevo León decía que la gente en el estado le va a dar la firma de apoyo, ya sea porque lo considera bueno o porque lo considera malo y quiere que se vaya, que deje el gobierno.
Y yo personalmente le daría mi firma para que se vaya de la gubernatura, y hago, además, un llamado a los diputados locales para que no le den licencia. Si el Bronco quiere se presidente, que renuncie como Gobernador, que le apueste a su propio proyecto y nos permita tener nuevas elecciones que nos den la oportunidad de elegir un proyecto más sólido y mejor pensado, ya sin la calentura que contagió a los neoloneses aquél domingo de 2015.
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