Zedillo: aspectos básicos para entender su gobierno.

Ernesto Zedillo fue, usando el argot del béisbol, un bateador emergente, un hombre que le dio en la madre al dedazo y que, por primera vez desde tiempos revolucionarios, no había sido “educado” para ostentar el poder. Fue, además un verdadero promotor de la democracia en México, el priísta menos priísta en habitar Los Pinos.

Mis estimados y ficticios lectores, hoy quiero dedicarle espacio a un presidente sumamente pragmático, inteligente y eficiente, pero para muchos (me incluyo), un tanto gris: Ernesto Zedillo Ponce de León.

Zedillo se volvió en el “corredor emergente” rumbo a Los Pinos tras la muerte de Colosio. Se lo dijo Fernández de Cevallos en aquel histórico primer debate: “Usted (Zedillo) está aquí como consecuencia de dos tragedias…”.

La primera a la que se refería El Jefe era la muerte de Luis Donaldo Colosio aquel marzo del ‘94; la segunda era la designación presidencial, que aunque cierta, no significaba que fuera Zedillo fuera el delfín del presidente Carlos Salinas de Gortari.

Lo que realmente pasó fue que Zedillo era el único posibilitado, tras el atentado en Tijuana, para ocupar la candidatura vacante, y a esa conclusión se vio obligado a llegar el Presidente cuando la oposición no apoyó su intento por modificar la Constitución y Fernando Ortiz Arana, presidente del PRI, por adelantarse a los tiempos y no cuidar las formas (dos pecados capitales en la política priísta) tuvo que declinar sus aspiraciones.

Quienes narraron la nota hace 23 años, señalan que la candidatura zedillista fue principalmente impulsada por José María Córdoba Montoya, el asesor presidencial que más influencia tuvo durante el sexenio 88 – 94, y quien más beneficiado se vio con la designación en favor de Ernesto Zedillo. Fue Zedillo, entonces, el candidato de Córdoba y no de Salinas.

Fuere como fuere, y con esa oportunidad única e histórica, Zedillo se presentó y ganó con más del 50% de la elección de agosto, llegando a la Presidencia con una crisis económica, situación que se agravó con el devenir de ese año de 94, y que, al llegar diciembre, era ya una olla express olvidada al fuego.

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La economía, salió a decir el Secretario de Hacienda Zedillista Jaime Serra Puche, “estaba sostenida por alfileres”. En respuesta, por alusión directa, el anterior Secretario, Pedro Aspe Armella (1988 – 1994) dijo que si el gobierno anterior la había dejado con alfileres, “¿para qué se los quitaban?”.

Y a partir de ahí, Salinas y Zedillo se enfrascaron en una guerra de declaraciones nunca antes vista entre un presidente y un ex presidente; una guerra que se agravó en febrero de 1995 tras el encarcelamiento de Raúl Salinas de Gortari, y que arrojó momentos sarcásticamente bellos, como la huelga de hambre de Carlos en San Bernabé (Monterrey) en defensa de su hermano.

Además de la crisis política, la económica llegó también al país y pegó con tal impacto que le costó a Zedillo mucho de su (ya de por sí poco) capital político. Tal vez como consecuencia de esa crisis económica, en la elección intermedia de 1997 el electorado castigó al PRI haciendo que por primera vez en la historia no tuviera mayoría en la Cámara de Diputados, además que el PRD se hiciera cargo del nuevo Gobierno de la Ciudad de México de la mano del Ing. Cuauhtémoc Cárdenas. Aunque en lo personal creo que a Zedillo, eso ni le importaba

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Ernesto Zedillo

Ernesto Zedillo fue, a lo largo de todo su sexenio un presidente alejado del PRI. Fue suya la frase convertida en encomienda de mantener “la sana distancia” entre el Presidente y el Partido, y en la última parte de su sexenio marcó aún más esa distancia al ser el primer Presidente que no eligió a su sucesor, y en su lugar dio la oportunidad a cuatro militantes priístas de buscar la candidatura por medio de una elección abierta a la ciudadanía.

El ganador de aquella justa interna fue Francisco Labastida Ochoa, secretario de Gobernación de Zedillo durante todo el sexenio, y quien pasó a la historia como el primer candidato del PRI en perder una elección presidencial. Interesante recordar que, tan pronto el IFE salió a declarar que Vicente Fox era quien había ganado, en un hecho insólito, el Presidente Zedillo salió públicamente a reconocer ese triunfo y felicitar al panista. Era el fin del PRI en el Gobierno.

Por hechos como este, por llevar sobre sus hombros la salida del Partido de Palacio Nacional, los priístas no pueden ver a Zedillo, y por ese mismo hecho, por esa madurez y sano ejercicio, los demócratas reconocemos en el último presidente priísta, la figura de un promotor democrático que supo ciudadanizar las instituciones y permitir elecciones limpias que devinieron en un cambio para México… por lo menos de partido.

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