Mis estimados y ficticios lectores; si ustedes por casualidad, en algunos otros años habían pasado por esta página en las fechas de septiembre, podrán haber notado que era mi sitio una tribuna en la que afirmaba, año con año, que el patriotismo en México no existe y que lo poco que medianamente hay, solo se presenta durante los quince primeros días de septiembre. Este año me callaron el hocico.
Cada año presumí mi patriotismo y critique a quienes, por el simple hecho de hacer una peda con los cachetes pintados de verde blanco y rojo, presumían su orgullo de ser mexicanos, y cada año también los invité a seguir demostrando su patriotismo todo el año.
Para este 2017, tenía ya listo un artículo que, a Dios gracias, no terminé por falta de tiempo y que iba a llevar por nombre «Septiembre y el falso patriotismo». ¡Qué bueno que no lo acabé!
Porque el pasado 19 de septiembre los mexicanos callaron mis llamados de patriotismo para demostrarme que de la mano con ese valor viene otro más importante: la solidaridad.
Y no hablo de la solidaridad como programa institucional de la que hablaba Salinas, sino de la que espontáneamente tomó las calles del país tras los sismos, primero el del 7 de septiembre en Oaxaca y con más fuerza en la Ciudad de México luego del terremoto del martes 19.
Hasta el cansancio se difundieron los videos de edificios cayéndose, de construcciones bailando, del gringo que no soltó la cerveza en Xochimilco, pero con el paso de las horas las redes encontraron una vocación más noble difundiendo los rostros de quienes salieron a ayudar.
Y vimos todos a los chavos que a las dos horas del sismo ya estaban levantando escombros con tal coordinación que sugería ensayos de meses; vimos al señor qué salió a repartir tamales gratis a los brigadistas, a la pareja de adultos mayores que regaló champurrado. Vimos a Frida y los binomios caninos de rescate; a los Topos, a los hipsters, a los fresas, a los millennials.
A los estudiantes de la UNAM que mientras organizaban brigadas cantaban el Cielito lindo. A los efectivos del ejército que marchaban por las calles de La Condesa en medio de aplausos. A las televisoras nacionales que, en medio de sus filias y fobias transmitieron ininterrumpidamente por más de 30 horas.
Y vimos también miles de centros de acopio en todo el país repletos no sólo de donativos, sino de manos, gente que hacía fila para ayudar un rato y demostrarle al mundo que no existe el cangrejo mexicano.
Vimos a las marcas que pusieron el ejemplo donando víveres: a Heineken México enlatando agua, a ADO transportando gratuitamente a voluntarios de protección civil o a Facebook, Google y Apple que donaron cuantiosas sumas en favor de la reconstrucción de nuestro país.
Vimos a los discapacitados ayudando; vimos caras de rescatistas irreconocibles por tanto polvo y cansancio, vimos la bandera nacional ondear mil veces… pero también vimos el llanto profundo de un soldado al no poder rescatar con vida a una de las víctimas del sismo.
Estas imágenes dieron la vuelta al mundo y estoy seguro que pasarán a la historia por ser un claro ejemplo de la fortaleza de los mexicanos. Por eso este septiembre hizo la diferencia. Por eso este mes y sus terribles acontecimientos me callaron la boca.
Es cierto, podremos no ser patriotas siempre, pero cuando lo somos, alcanza para todo el año. ¡Ya no dejemos de serlo!
Fuerza México, canta y no llores.






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